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El Grito de Dolores
Han pasado 199 años desde que el cura Miguel Hidalgo y Costilla, diera en el amanecer de un domingo 16 de septiembre de 1810, el tan famoso grito en el pequeño pueblo de Dolores.
De esta fecha, es la célebre frase de Hidalgo:
“Caballeros, somos perdidos: no hay más remedio que ir a ***** gachupines”.
Se refiere cuando Hidalgo al ser avisado por Allende que la conspiración de Querétaro había sido descubierta por los españoles, expresó que era momento de lanzarse a la lucha armada.
Al dar el grito fueron varias las intenciones de Hidalgo y de sus principales seguidores:
• Despertar entre sus fieles el ánimo de luchar contra la Corona Española.
• Alcanzar la independencia y libertad con respecto a la metrópoli.
• Abolir la esclavitud.
• Separar a la Nueva España, política y económicamente de España.
• Integrar un nuevo gobierno con individuos novohispanos y no, originarios de la Metrópoli.
Sus gritos tuvieron eco en la muchedumbre de su parroquia.
Con palos, lanzas, flechas, hondas, garrotes, machetes y cualquier artefacto de lucha.
No tenían armamento militar, mucho menos estaban organizados, disciplinados o entrenados.
Los primeros meses de lucha
Después del Grito de Dolores, por cualquier ranchería, pueblo o ciudad que pasaban, se fueron integrando contingentes de hombres, hasta que se formó un numeroso ejército.
Posteriormente, las ideas libertarias cundieron rápidamente por casi toda la Nueva España.
Hombres como Ignacio Allende, Mariano Abasolo, los hermanos Ignacio y Juan Aldama y José Mariano Jiménez, entre otros, ofrecieron sus esfuerzos, sus voluntades y sus vidas, en pro de la libertad que profesaba Hidalgo.
Miles de hombres como ellos, quedaron en el anonimato, pues ofrecieron su vida en pro de un ideal: independencia y libertad.
También, las mujeres respondieron al llamado del padre Hidalgo: Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario, por nombrar algunas.
Después de salir de Dolores, las huestes insurgentes avanzaron por el Bajío. Obtuvieron una serie de triunfos y tomaron las plazas de San Miguel el Grande, Celaya, Guanajuato, Valladolid hoy Morelia, Monte de las Cruces y Guadalajara.
En Valladolid, decretó el 19 de octubre de 1810 la abolición de la esclavitud, en el que establecía que los dueños de los esclavos, los pusieran en completa libertad, y de no hacerlos se aplicaría la pena de muerte.
En Guadalajara dictó el 5 de diciembre de 1810, el decreto en el que estableció la devolución de tierras a los pueblos indígenas.
De igual forma, en la capital de la Nueva Galicia, hoy estado de Jalisco, dictó varios acuerdos: abolió la contribución de tributos a las castas, el monopolio de la pólvora, el del papel sellado en los negocios judiciales, escrituras y actuaciones.
Fin del proceso de Independencia
Las tropas insurgentes, al estar a un paso de la ciudad de México y en vez de tomar la capital de la Nueva España, Hidalgo decidió, contrariamente a la opinión de Allende, retroceder hacia Guadalajara.
Ello motivo que el militar realista Félix María Calleja del Rey, primero en San Jerónimo Aculco, Estado de México y después en Puente de Calderón, a las afueras de Guadalajara, les propiciara sendas derrotas.
Se replegaron hacia Saltillo. Allí decidieron pasar a los Estados Unidos en busca de adquirir armamento y municiones.
Sin embargo, son traicionados y hechos prisioneros en un lugar llamado Norias de Acatita de Baján.
Algunos se enviaron a Durango y otros a Chihuahua. En este último lugar, Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron fusilados. Sus cabezas cortadas, se colocaron en cada una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato.
A la muerte de estos primeros insurgentes, surgieron otros, como José María Morelos y Pavón, Mariano Matamoros, Hermenegildo Galeana, José Ignacio López Rayón y Vicente Guerrero.
Todos ellos, prosiguieron las ideas libertarias de los iniciadores hasta que se logró alcanzar el objetivo.
El proceso de independencia duró largos once años.
Finalizó en 1821 con el abrazo de Acatempan entre Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide, la proclamación del Plan de Iguala, la firma del Tratado de Córdoba y la entrada del Ejército Trigarante a la ciudad de México, el 27 de septiembre de 1821.
Con ello, se daba fin a un periodo bastante costoso en vidas humanas, pero daba inicio a otro proceso: el de la nueva república, el del México independiente, con instituciones propias, con gobernantes nativos del nuevo país, pero también con nuevos retos
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