Al Sócrates de América alaban los pueblos del continente colombiano,
al hombre de las letras, del ceño fruncido, de los anteojos oscuros,
reciben los hombres y mujeres libres, como a un grande entre los grandes.
¿Qué ha de envidiar la ilustre mirada de Rodríguez a la de Spinoza?
¿Qué más puede pedir el acerbo intelectual de los americanos?
Menos refranero y más luz, menos ardides y más virtud.
En Caracas nació y en el Perú trascendió, pero su fina estampa,
añadidos sus años, y la encomiable empresa de la educación de los pueblos,
Le hizo flor que retoña con cada generación.