Sagot :

La configuración psicológica por defecto de los seres humanos consiste en un inevitable egocentrismo. Cada uno de nosotros se sitúa en el centro de sus propios pensamientos, sentimientos y necesidades, y por tanto los percibe de un modo que no puede experimentar los pensamientos, sentimientos y necesidades de los demás.

Como dijo el escritor David Foster Wallace en un discurso de graduación en 2005:

“ … Todo en mi propia experiencia inmediata apoya mi profunda creencia de que soy el centro absoluto del universo, la persona más real, vívida e importante de la existencia… es más o menos lo mismo para todos nosotros.”

Este egocentrismo forma parte del envoltorio, de nuestra experiencia humana. Sin embargo, no es difícil ver hasta qué punto esto puede ser problemático. Da un paso atrás en tu propia vida para contemplar a la humanidad en su conjunto, y podrás ver cómo este egocentrismo puede distorsionar fácilmente tu sensibilidad ética, llevándote a inflar en exceso el valor y la importancia de ciertas vidas sobre otras y la «rectitud» de tus valores y forma de vida sobre los de los demás.

También puedes ver cómo podría interferir de forma similar en tu capacidad para cambiar tus creencias en busca de la verdad: es difícil desprenderse de creencias falsas cuando se sienten verdaderas porque tú las crees. Es difícil imaginar cosas desde perspectivas que no son las tuyas. Es difícil aceptar que eres limitado y falible, propenso al error.

Aquí es donde entra en juego la humildad.

Cuando mis colegas y yo empezamos a estudiar la humildad hace más de una década, no pensé que fuera a llegar a mucho. Me parecía una virtud poco interesante, si es que era una virtud. Nada que ver con el valor, la compasión o la generosidad, virtudes que desempeñan un papel fundamental en el esfuerzo por vivir una vida admirable. Pero cuanto más tiempo he pasado con la humildad, más la he llegado a apreciar. Y ahora la considero la virtud más fundamental de todas.