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Sagot :
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Ahora estaba en mi Barcelona caribeña descendiendo junto con Mario de un taxi y abriendo la puerta de mi casa; nada más entrar en ella mis pasos me llevaron al cuarto que ocuparan Simón y la abuela Carmen y allí,sentada a los pies de la cama, miré a mi alrededor, tomé una foto que todavía había sobre la cómoda y recordé mi niñez, mi adolescencia así como mis pesadillas.
Los primeros años de mi infancia los compartí con ellos; la abuela Carmen me cuidaba y me contaba las historias de la plaza de los Frutos.
No era extraño que así fuera. Mis padres me adoraban y pasaban conmigo todo el tiempo posible pero cuando me llevaron a Venezuela yo no tenía ni un año y la abuela se encargó de mí mientras ellos trataban de abrirse paso y labrarse un futuro en Venezuela.
Mi padre trabajó unos meses en una agencia de seguridad pero enseguida abrió su propio despacho y convalidó su lincencia de detective según las leyes venezolanas mientras que mi madre entró en una firma de moda italiana gracias a un contacto de mi madrina y tía, la inolvidable Ana Rivas.
A Simón le llamaba por su nombre y me hablaba de la guerra civil y de como conoció al abuelo Pascual.
Se conocieron en el Valle de los Caídos, picando piedras por no tener delito de sangre...pero seguían estando presos. Habían cambiado la cárcel cerrada por una cárcel abierta pero cárcel inmerecida al fin y al cabo. Allí se hicieron grandes amigos, ninguno de los dos pensaba en el futuro, sobrevivir el día a día ya era suficiente y cuando les dejaron en libertad no podían imaginarse que al cabo de un año todo cambiaría.
Habían pasado los años pero Simón seguía sintiéndose culpable. No había día que no recordase a su viejo amigo, a su gran camarada, a la mala suerte y a su triste muerte en la prisión. No pudieron viajar juntos a Venezuela, al abuelo le metieron preso de nuevo y mi padre fue quien tuvo que entregarlo.
También me contó, mucho antes de que lo hiciera mi madre, el encargo tan especial que mi abuelo le hiciera a su hija Teresa, a mi madre, en su lecho de muerte. Ese encargo nos trajo a Venezuela e hizo posible que el amor entre Simón y mi abuela fuese realidad.
A medida que crecí comencé a descubrir el mundo de mis padres, empecé a hacerme amiga de mi madre, pasé a ser la mejor confidente de mi padre y después del 30 de noviembre de 1968 mi padre se convirtió en mi gran héroe, en mi salvador y en mi ídolo. -Sí, no tiene muchos problemas, tiene sangre mejicana, española e inglesa entre sus venas, como la mayoría de los texanos es una mezcla. Se llama Walter Dayton, la madre de su abuelo creo que era de origen español aunque no estoy muy seguro. Estoy convencido de que les va a causar una grata impresión, siempre es un alivio vender la casa de la familia, la de toda la vida, a alguien que cae bien y por el medio de financiación, como ya dije por teléfono, no se preocupen, tanto el suegro como Walter son solventes. Mañana pues a las 10 de la mañana ¿conviene?si La casa, de arquitectura colonial del siglo XIX, con sus balcones abiertos a la galería del patio interior, había sido mi mundo privado, era la única casa que había conocido, la casa que nunca abandoné porque no hubo necesidad y de no haber sido por Carmen, nunca hubiera salido de ella. La casa cuya puerta principal pintaran de rojo en recuerdo a la de la Plaza de los Frutos ya no sería mía. Mario no interrumpió mis reflexiones, caminaba a mi lado en silencio, inmenso en las suyas propias, pasaba revista a su vida conmigo y a su vinculación con la casa.
Mario siempre había estado enamorado de mí pero no se atrevió a hablarme de sus sentimientos cuando éramos jóvenes. Nos vimos por primera vez cuando el tenía cuatro años y yo siete, ya entonces sólo quería estar a mi lado y yo me lo pasaba bien con él. Nos volvimos a ver cuando yo tenía doce y a mí, la admiración que me demostraba el chico español me hacía gracia y nada más. Nos escribimos hasta el día de mi boda y no volví a recibir carta suya hasta años más tarde.
Su vida tampoco fue fácil, yo me casé cuando el tenía 16 años y decidió olvidarme. Estudió y siguió los pasos de su padre, se hizo policía y llegó a ser comisario como su padre y el mío. Se casó con la hermana de un compañero, hubo mucho amor en los cinco años de matrimonio -( según él)- pero poca pasión y dos desgracias. Su mujer murió en el parto y el hijo a las pocas horas de nacer.
Cuando Carmen con la niña y con Beatriz decidieron establecerse en España me pidieron ir con ellas pero yo todavía no podía despedirme de mis muertos. Me aterrorizaba la idea de no poder visitar sus tumbas ni llevarles flores. Al final terminaron por convencerme y yo me hice la promesa de volver cada año mientras viviese. Llegué a Madrid meses antes de la boda de Carmen y Beatriz. En agosto Mario y yo seguimo sus pasos. No me lo pensé mucho, ya había perdido mucho tiempo, había llegado el momento de soltar lastres y comenzar una nueva etapa. el 7
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