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Resumen de Las señales por Adolfo Pérez Zelasch

Sagot :

Respuesta:

Estaba por fin ahí, como el rostro de un destino previsto, que ahora se revelaba del todo: un hombre como de piedra —el sombrero sobre los ojos, oculta, pero palpable, la pesada pistola—, inmóvil, pero atentísimo a las próximas señales del estrago.

Ese hombre sentado ahí significaba que todos los plazos se habían cumplido ya; que él, Manolo, pronto se convertiría en el cadáver de Manuel Cerdeiro, llorado por su mujer, recordado por algún tiempo por alguno de sus paisanos y por sus parroquianos solamente durante el tiempo necesario para que otro —desde luego gallego, recio, petiso, velloso y cejudo como él— lo sustituyera en el mostrador del bar "La Nueva Armonía", al cual quizás le cambiaría el nombre.

Ahora, frente a esta muerte enchambergada, Cerdeiro comprendía con claridad por qué los vecinos lo miraban conmiserados y por qué las palabras que le decían tenían un constante dejo de lástima:

—¿Qué tal, don Manolo?—la conversación solía comenzar así.

—Trabajando, ya lo ve —respondía él, sin ganas de seguir.

—Ésa es la vida del pobre. Y... ¿más sereno ya?

—Sí..., pero hablemos de otra cosa. Eso prefiero olvidarlo.

Ellos, empero, nunca querían hablar de otra cosa, sino de  aquella por la cual el barrio —Flores al sur, calle Mariano Acosta al mil y tantos, desteñido y chato— fue transportado súbitamente, tres meses atrás, a los titulares de los diarios amarillos.

Primero venían los consejos:

—Le convendría cambiar de barrio...

—Es difícil vender el bar. Se gana poco; se trabaja mucho.

Y volvían al tema obsesionante:

—Nunca se sabe... Con esa gente no se puede jugar. ¿Y la policía que no lo protege a uno? El agente ya no está más, ¿vio?

—Ya ve usted que no. Hasta luego... Lo pasado, pisado.

Se iba, huía, escapaba, pero sabía que todos lo miraban con piedad, como si estuviera enfermo de algo incurable y fatal.

Había otros diálogos, sin embargo, aunque en el fondo eran lo mismo:

—¡Lo felicito, hombre! ¡Qué coraje tuvo!

—Me defendí, nada más. Eso lo hace cualquiera.

—¡Cualquiera, no!

—Pero no quiero hablar... Lo pasado, pisado.

—Para usted. Pero ellos eran tres. Cayó uno y quedaron dos.

—No quise matarlo. Me defendí, nada más.

—Pero para un valiente como u

Explicación: