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Sagot :


El verdugo
A. Koestler

Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición. 
Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo: 
-¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros! 
Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo: 
-Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor. 
FIN 
El problema de Daniel
Daniel estaba sentado junto a su madre, en una sala de espera, aguardando que les llegara su turno para consultar con un doctor. Daniel tenía cuatro años, la espera ya lo estaba aburriendo. Comenzó a mirar a las personas que estaban sentadas en el otro extremo de la habitación. Había una señora de avanzada edad que buscaba algo en una abultada cartera. A su lado estaba un hombre que se restregaba las manos continuamente, como nervioso. 

En aquella sala de espera había otras personas, pero Daniel no les prestó atención. la sala tenía varias puertas, cada tanto se habrían y salía una enfermera, que sosteniendo un papel en la mano decía un nombre en voz alta, seguidamente alguien se levantaba, después desaparecía detrás de la puerta junto con la enfermera. 

Cuando Daniel miraba hacia una ventana que había a su derecha, vio como se asomaba repentinamente la cabeza de una niña pequeña. La niña lo miró y le sacó la lengua, Daniel hizo lo mismo. Después la cabeza de la niña comenzó a hacer morisquetas, contorsionando horriblemente la cara. Daniel se asustó y se aferró del brazo de su madre. 
- ¿Que te pasa, que estás mirando? - le preguntó su madre. 
- Ahí afuera, en la ventana, hay una niña fea haciendo caras - le respondió Daniel. 

Su madre lo alzó en sus brazos y lo arrimó al vidrio de la ventana, para que pudiera ver hacia abajo, estaban en un cuarto piso. Afuera ya estaba oscuro, en la calle, allá abajo, se veía las luces de los autos. - Viste lo alto que estamos, la gente no puede asomarse en esta ventana - dijo la Madre de Daniel. Regresó a la silla en donde estaba y sentó a Daniel en su regazo, de espaldas a la ventana. 

Aquel hombre que estaba frente a Daniel, el que se restregaba las manos de forma nerviosa, había escuchado lo que el niño había dicho y le pareció algo curioso. Al mirar hacia la ventana, se llevó la sorpresa de ver también a la cabeza de la niña, que ahora lo miraba a el. La niña arrugaba y hundía el rostro como si fuera un balón desinflado. El hombre se levantó y retrocedió hasta la puerta de salida, sin 
dejar de mirar hacia la ventana en donde se asomaba aquella aparición. 

Cuando le llegó su turno, Daniel ingresó al consultorio del psicólogo acompañado de su madre, la cual después de presentarse, le explicó al doctor que su hijo sufría de alucinaciones..