La muerte de más de mil trabajadores y trabajadoras de la confección en Bangladesh | Boletín 16 (2023)
ABRIL 20, 2023
El miércoles 24 de abril de 2013, 3.000 trabajadores entraron en Rana Plaza, un edificio de ocho plantas situado en Savar, un suburbio de Dhaka (Bangladesh). Producían prendas para la cadena transnacional de mercancías que se extiende desde los campos de algodón del sur de Asia, pasando por las máquinas y trabajadores de Bangladesh, hasta las tiendas minoristas del mundo occidental. Aquí se cosen prendas para marcas famosas como Benetton, Bonmarché, Prada, Gucci, Versace y Zara, así como la ropa más barata que cuelga en los percheros de Walmart. El día anterior, las autoridades de Bangladesh pidieron al propietario, Sohel Rana, que evacuara el edificio por problemas estructurales. “El edificio ha sufrido daños menores. No hay nada grave”, dijo Rana. Pero a las 8:57 hrs del 24 de abril, el edificio se derrumbó en dos minutos, matando al menos a 1.132 personas e hiriendo a más de 2.500.
Desde la devastación del Rana Plaza hace diez años, al menos otros 109 edificios de la zona se han derrumbado, con el resultado de la muerte de al menos 27 trabajadores. Estas son las fábricas mortales de la globalización del siglo XXI: refugios mal construidos para un proceso de producción orientado hacia largas jornadas laborales, máquinas de tercera categoría y trabajadores cuyas vidas están sometidas a los imperativos de la producción just-in-time (‘justo a tiempo’).
Estas fábricas de Bangladesh forman parte del paisaje de la globalización del que se hacen eco las fábricas situadas a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México, en Haití, en Sri Lanka y en otros lugares del mundo que abrieron sus puertas a la astuta asimilación por parte de la industria de la confección del nuevo orden manufacturero y comercial de la década de 1990. La industria de la confección de Bangladesh, que representa el 80% de los ingresos totales del país por exportaciones. El éxito del sector no se traslada, sin embargo, a sus trabajadores. Cobran alrededor de 68 dólares mensuales.
La relevancia del sector textil para la economía del país supone un freno para que las autoridades exijan a las firmas occidentales mejores condiciones laborales que provocarían el encarecimiento de los costes de producción y podría desalentar su operación en el país.
El proceso de subcontratación permitió a las empresas multinacionales negar cualquier culpabilidad por las acciones de los propietarios de las pequeñas fábricas, lo que permitió a los ricos accionistas del Norte Global disfrutar de los beneficios derivados de los menores costes de producción sin tener la conciencia manchada por el terror infligido a estos trabajadores y trabajadoras.
Los propietarios de las fábricas quieren maximizar los beneficios, por lo que harán recortes en cuestiones de seguridad, ventilación e higiene. No pagan las horas extraordinarias ni ofrecen asistencia en caso de lesiones. Los trabajadores no tienen sindicatos, así que no pueden hacer valer sus derechos (…) También se puede culpar en parte a los minoristas de marca que hacen pedidos al por mayor y dicen: “Amplíen las líneas de producción porque es un pedido grande y mejorarán sus márgenes”. Incluso 2-3 centavos pueden marcar la diferencia, pero estas empresas no quieren tener en cuenta el cumplimiento [de los derechos laborales y la seguridad] a la hora de calcular los costos.